El silencio regresó al barrio, ese silencio que reinaba en la noche
cerrada cuando yo era muy chico. Menos de un mes de cuarentena y observo que se
ven más estrellas desde casa, tal es así que desempolvé mi viejo telescopio y
lo subí a la terraza. La Cruz del Sur y el Gran Orión ya no están solos, ahora
un pequeño y débil séquito, diariamente creciente, los acompaña. Y la estrella
de la tarde, Venus, brilla con un brillo lisérgico, como nunca brilló en la
gran ciudad. Al atardecer cantan los zorzales amarillos, compiten entre sí, son
de esos zorzales que no veía por el barrio hace no menos de dos décadas. Y
volvieron las calandrias y los chimangos, y se multiplican las torcazas. Las
mariposas, rojas, blancas, amarillas y negras, revolotean felices entre las
plantas... por eso "Nada puede ser peor que una vuelta a la
normalidad"... y eso, justamente, es lo que más me entristece de todo este
asunto: que vuelva a ponerse en marcha la maquinaria parasitaria humana... sin
límite, sin reflexión, sin piedad. "Los Reyes de la creación",
afirman que somos los que practican una fe de capilla, pero si somos reyes de
algo es de una peligrosa hipocresía que juega a las escondidas con la muerte
mientras manosea, con pulsión masturbatoria, la perfecta y modernísima pantallita
del puto teléfono celular.
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