viernes, 1 de mayo de 2020

La ilusión en la tristeza

El miedo me quita las ganas de vivir, de disfrutar, de ser un genio.
¿Vivir es ser un genio? –me pregunto-
Sí, pero sólo en la publicidad… (¿quién responde a quién dentro de mi cerebro?)
“Pero la publicidad es todo”, me asegura en veloz contrapunto el insignificante demonio que, desde pibe, me incita al escape.
¿Y al escape de qué?... de todo: del amor y del desamor, del éxito, del fracaso, de los amigos y los enemigos. De la risa, del dolor y la euforia. De los vicios y de la pura y honesta hesiquía.
No de la tristeza. No me escapo de la tristeza, porque lloro –soy un llorón-, pero nunca lloro por tristeza. Y este demonio se regodea, como yo, con el ejercicio de ella. La tristeza nos regala, a los dos, la pueril ilusión de ser ciertos, de ser algo verdadero… algo, por sobre todo, permanente.
Y el llanto nunca es por tristeza: es tan sólo el pobre ego sufriente, desesperado ante la conciencia de su irremediable final.

Entonces escucho la silla correrse sobre mi cabeza, y los pasos que se ponen en marcha… apuro de un trago el vaso de moscato con hielo y cynar, y presto me pongo a freír las milanesas: mi compañera terminó su clase on line y ya baja por la escalera, lista para cenar.

viernes, 10 de abril de 2020

Una mujer al volante

Salgo del supermercado de Álzaga y Merlo, caminando. Llego a Mitre y Álzaga y escucho un fuerte ruido a caja de cambio: una joven treintañera a bordo de un Chevrolet Corsa, intentando ponerlo en marcha. En cada vidrio un cartel de "PRINCIPIANTE", el auto detenido, asomando un 30% sobre la avenida... un segundo después aparece un vecino con una moto a no menos de 80 km por hora, y le grita: "FORRA LA CONCHA DE TU MADRE INÚTIL DE MIERDAA!"; otro por atrás, con un Astra, la pasa acelerando como si los pistones fuesen balas de punta hueca: "PUTAAA, METETE EN LA COCINA Y NO SALGAS MÁAAS" chilla. Al toque aparece un bondi de la 123, rumbo a Palomar; le tira, literalmente, el coche encima... justo antes de llevarla puesta clava los frenos y le escupe un fuerte y prolongado trompetazo, con esas bocinas a aire que te dejan literalmente sordo... miro al chofer: se caga de risa el hijo de remil putas. Me quedo parado mirando a ver qué onda, si necesita ayuda para arrancar el auto, o para evitar que la maten los machos dominantes del machote barrio conurbano. En un instante se hace silencio y desaparecen todos: la chica queda sola en medio de la avenida. Me acerco: está llorando, llorando de impotencia, de violencia, de todo, y aún no puede encender el auto. Le digo: "no te asustes, vivo acá a media cuadra y vengo del supermercado ¿te ayudo?", me mira la bolsa con los tomates y me contesta, lagrimeando "no, no, tengo que encenderlo yo, sino no voy a aprender nunca". "Dale", le digo, "no les des bolas a éstos simios descastados, ya se olvidaron de lo que es la compasión". "Gracias”, me dice, y lo repite como en trance, secándose las lágrimas: “gracias”. Entonces le da de nuevo a la llave y el motor, como por arte de magia, enciende. Arranca despacito, me saluda por el espejito y se va.