Norberto conducía su Falcon Futura por la avenida Hipólito Irigoyen, en
Morón. Faltaban unos pocos minutos para las tres de la mañana y la calle estaba
completamente desierta, amortajada por una densa capa de niebla invernal. El
sonido del motor tosía y rebotaba inexplicablemente en los sucios cordones de cemento,
en los profundos pozos del asfalto y en los indiferentes semáforos; y mientras
caía una finísima garúa que envolvía todo con un brillo húmedo y fantasmal,
sintió un inminente deseo de nido, de ducha caliente, de cama y protección.
Alcanzó el cementerio, avanzó unos pocos metros y entonces la vio: la
chica, joven, caminaba lentamente rodeando el camposanto. Llevaba el pelo
suelto y una corta falda por encima de las rodillas, y apenas la abrigaba una
remerita de mangas largas. Norberto pensó “¿no tiene frío?”, y luego “¿qué hace
esta piba acá, a esta hora y con esta desolación?”… se compadeció, aminoró la
marcha y acercó el auto al cordón. Sin detenerse bajó la ventanilla y habló:
-Hola mi amor, decime ¿no tenés miedo de andar caminando por acá a ésta
hora?
La chica giró el cuello, lo miró con una mirada negra de pozos infinitos,
y sin demorar el caminar le contestó:
-Tenía miedo… cuando estaba viva.
Y girando la cabeza nuevamente, continuó su marcha.
Norberto sintió un rayo de terror atravesando la espina dorsal.
Rápidamente subió la ventanilla y aceleró a fondo.
Y no levantó el pié del pedal del acelerador hasta llegar a destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario