Año 2001, invierno. Yo estudiaba piano en el Conservatorio Manuel de
Falla, que en ese entonces funcionaba en el Teatro San Martín, Corrientes y
Paraná. Faltaba muy poco para la caída de las torres gemelas, y un poco más
para los muertos de diciembre y la huida del presidente en helicóptero.
Por la crisis, viajaba en tren desde Caseros hasta Retiro, y desde ahí pateaba
poco mas de veinte cuadras, para no gastar en bondi. Entraba a las 8:30 de la
mañana, por eso a las 8 en punto siempre pasaba caminando por la plaza Lavalle,
la que está justo frente al teatro Colón.
En la plaza a esa hora se juntaban diariamente grupos de 20, 30 o 40 personas,
hombres y damas... cazaban palomas, juntaban ramas y cocinaban los bichos en grandes
ollas de aluminio. Palomas con caldo y arroz blanco.
Una mañana yo pasaba y uno de los tipos que estaban junto al fuego se me acercó, y me ofreció: -¿quiere, amigo, quiere desayunar?-
-No- le contesté -pero gracias igual. Y seguí rumbo a mi estudio.
Pasaron quince años y aún recuerdo los ojos del tipo, el sobretodo raído, la
sonrisa sincera, el pelo finito y despeinado.
En esa época vos podías comprar, en cualquier comercio de Buenos Aires, la
misma mercadería que se vendía en los comercios de Nueva York, de París,
Singapur o Sidney... había mucha libertad para eso.
Y también podías, si tenías mucha hambre, comerte un caldo de paloma frente al
teatro Colón.
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