miércoles, 12 de febrero de 2014

Nadie sabe

Nadie sabe el porqué, pero las cosas suceden.
Las personas mueren, se caen, nacen, rebotan, se quiebran, entregan el alma, exhalan su airecito final.
Sucede la lluvia, también... ¿alguien sabe cuando sucede la lluvia?
Y el viento, y la piedra y la calma... suceden.
Nos movemos.
Nos llevan las piernas hacia el logro del deseo, corremos detrás.
Conducimos nuestras máquinas; las diseñamos, las construimos, nos enamoramos de ellas, las embellecemos con un color, las poseemos y pasamos presto y con seguridad frente a la nada mientras conducimos rumbo a la nada.
Nuestras máquinas prolongan nuestro ego, nuestra necesidad, el territorio del pene, la desesperación y la impotencia.
Nadie sabe porqué, pero sucede la visión.
Y sucede la foto, fotografiamos: el gris y el rojo, el perro y el contorno, el brillo y el foco en sus ojos y en la profundidad.
Fotografiamos para asir ese tiempo que nunca se detiene y que ni siquiera sabemos si es o si acaso se mueve.
Y ella está en la foto.
Y está, también, enterrada en el jardín.

El tiempo, ese infinito atomizado hasta su mínimo fragmento por la necesidad de ser nos patea el culo que tiembla temeroso de perder irremediablemente esos diez minutos de fama con que nos tienta la puta modernidad.
La modernidad es, ante todo, una prostituta. Coge con todos y les cobra el alma. Lo mismo hacen las putas palabras que modelan la opinión.
Somos en el ver, primero... sucede el ver y luego somos.
Afianzados entonces en la mirada que reproduce y confirma nuestra fantasmal sustancia, abrimos la boca y hablamos... sucede el sonido, la construcción verbal. Se fusionan, de este modo, la imagen y las palabras que brotan de esa imagen... y ¿que sucede?
Nadie sabe. Sucede todo.
Y nada. La irrelevancia total.
La ciencia y la religión son los cavernosos refugios de la cordura, y nuestra cobardía se resignifica entre sus mohosas paredes de piedra.

Por supuesto, muchos creen saber.
El mundo está atestado de falsos saberes, esa sabiduría que se ignora a si misma satura la realidad y la vuelve suicida.
Lo que sucede es la realidad, pero nadie sabe que es esa realidad que se nombra a si misma con un lenguaje fatigado por los siglos.
Un mate, chicharras, la vibración de la electricidad, lípidos, el aire acondicionado, el agua en la ducha, laxantes, cortinas verdes, sexo, un billete de cinco pesos... la realidad.
En diez minutos estaré pedaleando mi bicicleta rumbo al centro de Caseros, hace calor, doce de febrero, año 2014, soy un hombre, vivo en un país llamado Argentina, 44 años, estoy enamorado, vivo constipado y caliente.

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