lunes, 17 de febrero de 2014

Lovecraft en mis sueños

Soñé con Lovecraft.
En realidad nunca lo vi, sólo chillaba como una chotacabra desesperada en un pantano malsano de Dunwich.
Igual me lo pude imaginar, flaco y cerúleo, aburrido y genial... casi autista.
Estaba atrapado en las profundidades del Arrecife del Diablo, y aunque le fue concedido, para su tormento, respirar, creía ahogarse debajo de la titánica piedra verde -la que sepultaba al gran Cthulhu- que era la misma piedra que ocultaba la entrada ciclópea y de geometría errónea que sufrió en sus ojos Johansen y su malograda tripulación .
Al pobre Howard le estaban creciendo branquias, sus ojos se estaban volviendo redondos como la luna, y sin párpados.
Su boca -lo que quedaba de ella- era una incisión, una línea recta horriblemente tajeada de oreja a oreja.
Tembloroso, casi convulsivo, me mostraba un DNI que decía: Howard Phillips Marsh... yo lo leía, y entonces él chillaba.
-Por favor, Señor -chillaba-... ¡Ayúdeme!
Yo quise ayudarlo, de verdad... pero cuando estaba por hacerlo recordé al doctor Charriere, a Peabody, al inspector Legrasse, a Abdul Alhazred y la tremenda decepción que sufrí -como con papá noel y los reyes magos- al enterarme, buscando en innumerables bibliotecas, su Necronomicón de fantasía; y luego recordé los horrores de Ammi Pierce y de su malogrado amigo -por el color- Nahum Gardner.
Y recordé al mutilado Lake, en las nieves de la Antártida.
Y a Henry Akeley, susurrando en las tinieblas.
Fue entonces cuando dudé en salvar a Howard... lo pensé, una y otra vez, mientras sus chillidos de ultratumba fastidiaban mis oídos....
Luego comprendí que la vida y la muerte son un premio, y que aquellos que juegan con ellas tal vez no las merezcan del todo, o por lo menos no inmediatamente.
Entonces lo dejé ahí abajo, sufriendo.

Ahora yo estoy muerto, y estoy, hace mucho tiempo, esperando mi sentencia... y no se nada de su suerte.
Quisiera saber, pero acá, donde estoy, nadie lo conoce.
Y tampoco a mi.
Solo espero.

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