martes, 10 de octubre de 2017

Una crónica del Invunche

“No sé porqué mis padres eligieron vacacionar en Chiloé, entonces se sabían estas cosas. Se hablaba de “La Mayoría”, incluso en ciudades grandes como Santiago, donde vivíamos. Mi padre era profesor de historia, de ideología de izquierdas, y mi madre era ama de casa. No sé qué pensaba ella de cuestiones políticas porque de eso nunca hablaba. Yo creo que a mi madre no le daba el tiempo, ni las ganas de pensar luego de hacer las compras y cocinar para todos, lavar la ropa, limpiar la casa y amamantar a mi hermana, que entonces todavía no había cumplido los nueve meses.
De Santiago bajamos a Puerto Montt, y desde ahí hasta Pargua, en donde cruzamos a la isla con la lancha y el auto. Ya en Chiloé mi padre condujo de Chacao a Ancud, y ahí alquiló una cabaña grande, con una habitación para mí y para mi hermana, y otra para ellos, con cama matrimonial. Recuerdo que llegamos un viernes al mediodía, viernes 13 de enero de 1980. Y ese día disfrutamos mucho los cuatro… salimos a caminar por el pequeño pueblo, compramos mercadería en la proveeduría, conseguimos medio costillar de cordero en el mercado y dos pencas de merluza en la playa, recién pescada y despinada.
Cenamos y mamá, luego de lavar los platos, nos leyó un cuento. Mi hermana todo el tiempo se reía, era un bebé muy feliz. Creo que nos dormimos cerca de medianoche, y esa fue la última vez que vi a mi hermana reír, porque al otro día a la mañana la cuna estaba vacía: mi hermana, simplemente, había desaparecido.
Fuimos a la policía y con ellos regresamos a casa. Ninguna ventana aparecía violentada, tampoco la puerta. Mi madre, desesperada, no los dejó ir hasta obligarlos a que corrieran todos los muebles de su sitio. Ella pensaba que la casa guardaba una especie de trampa, pero ¿cómo podría haber accedido mi hermana, que era un bebé?... y eso sin ningún ruido y en medio de la oscuridad de la noche?
Al otro día llegaron dos investigadores, e interrogaron a mis padres. Les preguntaron si alguien los había seguido desde Santiago; si alguien los había interceptado en Puerto Montt; si en el transbordador habíamos bajado del auto; si vimos algo sospechoso en el mercado, o en la calle, o en el barrio circundante a la casa.
Pero todas las respuestas fueron negativas. Los policías llenaron unas planillas y luego, como dudando, le preguntaron a mi madre si mi hermana estaba bautizada. Creo que fue entonces cuando empezó la verdadera pesadilla. Entró en nuestra acomodada vida burguesa esta otra realidad, la de los brujos chilotes, con su “Casa Grande” y su “Arte”, que no es otra cosa que verdadera magia.
Yo he visto, con el paso de los años, el derrumbe de la convicción ateo marxista de mi padre. Y también el derrumbe de mi madre, el derrumbe de su pobre corazón.
Lo cierto es que un brujo había raptado a mi hermana. No me pregunten cómo, pero un brujo chilote puede adoptar distintas formas animales para recorrer grandes distancias. O volverse invisible, y así atravesar cualquier cosa. Un brujo puede habitar un juguete, un dispositivo electrónico, un instrumento musical, un cuadro. Un brujo puede atravesar paredes, techos, puertas y ventanas con la misma facilidad con que respira.
El investigador ordenó buscar a mi hermana por los saltos y lagunas del impenetrable Chiloé: los brujos le “lavarían” el bautismo sumergiéndola durante cuarenta noches en las heladas aguas cercanas a una cascada. La alimentarían con leche de gata negra; o con sangre de murciélago. Diariamente le untarían el cuerpo con heces humanas. Luego de estos cuarenta días de “lavaje”, aseguró el investigador, sería casi imposible encontrarla, porque la mudarían a “Invunche”: el atroz guardián de la cueva del brujo captor.
Un Invunche, señor, es un ser humano mutilado, hipertrofiado: los brujos le cortan la lengua por el justo medio hasta su nacimiento en la garganta, de modo que la criatura ya nunca más puede hablar, sólo chillar con su lengua bífida como un espanto. El Invunche es alimentado con carne humana, que el brujo consigue de la muerte de sus enemigos. Luego le quiebran la pierna derecha, la cual giran y montan sobre la espalda... es así que los deditos del pié asoman por detrás de la cabeza como una corona de patética realeza. A medida que la criatura crece es brutalmente maltratada: le propinan fuertes palizas, la queman con cigarros, la bañan con agua helada. La vuelven insensible, malvada, atroz.
La tradición de los brujos de Chiloé asegura que recién entonces la criatura es un Invunche por derecho propio. Así adquiere poderes sobrenaturales: si un “limpio” lo ve automáticamente pierde la voluntad, se transforma en un muerto vivo, un idiota. Dicen que quién oye los gritos guturales de un Invunche pierde el habla, u olvida el alfabeto. El orín del Invunche, o sus heces, son poderosos afrodisíacos… las mujeres del brujo que los consumen se vuelven multiorgásmicas y paren sus hijos hasta la ancianidad. Cuando muere el Invunche los brujos que se enteran vienen a disputarle al brujo raptor la carne del muerto: se muelen a palos y se condenan unos a otros con terribles maleficios. La carne del Invunche, consumida como el charke del altiplano, otorga salud perfecta por largas décadas.
Lo que siguió fue una búsqueda desesperada por selvas, lagos, lagunas y saltos. A las dos semanas encontraron, oculta tras una enramada, una cueva de brujo: dentro, en una jaula inmensa, retozaban doce gatas negras, gatas nodrizas. En un viejo tacho de combustible se juntaban heces humanas, y en otro, restos: huesos, cráneos, músculos y cantidades de sal.
Con el hallazgo se enviaron más carabineros para la búsqueda de la nena. Finalmente encontraron a mi hermana a los 23 días de desaparecida: estaba sumergida hasta el cuello en un pequeño lago helado, cerca de un salto de deshielo, en una ladera del abra de Piuchén. Estaba desnuda, dentro de una pequeña canasta-corsé trenzada con pedazos de mimbre. La llevaron al hospital; exceptuando una ligera anemia –y el hedor a bestia- estaba bien. Pero mi hermana, señor, ya no fue la misma: nunca más sonrió, nunca más gozó de la risa.
Creció como una autista, la pobre; tenía especial aversión por mi madre y por cualquier objeto religioso que uno le acercara.
Dos meses después de cumplir los catorce años, se suicidó”

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