viernes, 6 de septiembre de 2013

Un cambio de vida

Salió de casa y caminó por Uruguay hasta avenida Santa Fe. Ahí se detuvo unos minutos, recordó, sintió la emoción como oleadas que le quitaban el aliento y cruzó la calle. Dobló a la derecha por la avenida hasta llegar a 9 de Julio. La cruzó. Siguió caminando derecho hasta llegar a la plaza San Martín. La recorrió, muy despacio y respirando profundo, pesando el sentir del olor de Buenos Aires en el aire. Buenos Aires huele a puerto y a pizza -pensó-, a trenes y a inmigrantes. Buenos Aires huele a comedia... a un asueto de la responsabilidad lleno de libertad infantil. Luego caminó hasta las escaleras y bajó rumbo a Retiro.
En el hangar del San Martín estuvo un ratito, y cuando empezaba a sentirse triste se fue rumbeando hacia el puerto.
No le llevó  mucho tiempo encontrar la oficina adecuada y emplearse como cocinera en un carguero coreano. El navío partía en dos días, tenía el tiempo suficiente para preparar la valija y despedirse de los pocos amigos que la extrañarían de verdad.
Al otro día, en la mañana, se fue a la cárcel de Marcos Paz para despedirse de su marido. Todavía lo amaba. Y aún la torturaban sus marcas en la piel. Ya no lo vería más. Nunca más.
Vió algunos amigos, escuchó la radio, se durmió muy tarde.
En el mediodía del día siguiente se tomó un taxi hasta la dársena seis, y en el viaje casi no miró por la ventana. Más tarde embarcó y, bajo una garúa melancólica, zarpó rumbo al olvido.
Nunca regresó.

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